Mediatic Festival: quedó tan pequeño como sus camisetas
yemethPocas veces habían estado tan agitados los pueblos de la Costa Blanca que rodean La Nucía. Persiguiendo el rumor de una actuación de In Extremo entre las agrestes formaciones musicales del relieve alicantino, varios redactores de Muzike nos arrojamos a la caza del misterio.
Preguntamos a unos jóvenes que veían boquiabiertos pasar la muchedumbre de no tan jóvenes y menos jóvenes todavía cargados de tiendas de campaña.
- "¿Sabéis algo del Mediatic?", les dijimos.
- Sí,...- admitió desdeñoso un zagal de Guadalest - qué cabrones los de La Nucía, están haciendo una fiesta para anunciar que han abierto un Museo de Miniaturas más grande que el nuestro que es el museo mejor. Ever.
- ¡No digas tonterías hombre! ¡Es que celebran que han ascendido a segunda B! - afirmó uno que venía de Callosa d'En Sarrià. Se hizo el silencio, y todos asintieron ante la profunda sabiduría del mozo de Callosa, el único sobrio del grupo. Resolvimos ante este panorama no probar el salitre alicantino, lo que a largo plazo comprobaríamos como una sabia decisión.
No nos dimos por vencidos. Al menos teníamos la pista de La Nucía. Seguimos allá cuestionando a los aldeanos mientras a nuestro alrededor el Cosmos regresaba a Caos. ¿Dónde encontrar el notable evento que tenía revolucionada a la Costa Blanca?. Un lugareño que admiraba el paisaje (es un decir) desde una loma, nos señaló la dirección:
- ¿Medicual?. Ahhhh, ¿la cosa esa que sale ruido?. Eso va a ser en el campo furgol, que le han puesto un cincho y unas linternas.
Y no se equivocaba el buen hombre. Así que conseguimos llegar a lo que, después de todo, parecía un festival. O casi. ¿Qué tenebrosos misterios se ocultarían allá? ¿Qué agrestes melodías nos aguardaban? ¿Iba en serio el cartel que teníamos a mano, o formaba todo parte de algún retorcido chascarrillo valenciano?
Nada más llegar, lo primero fue deshacernos de todas nuestras provisiones. A la zona de conciertos no se podía meter ni agua ni comida ni ná de ná, y con mucha amabilidad nos lo indicó en la puerta un segurata mandao que desde luego eso sí, fue majete y honesto ("es que lo venden dentro").
Y "en dentro", devoradas las provisiones, se nos cayó el alma al suelo.
Pensando que quizá pudiéramos tirarnos en la hierba y revolcarnos un poco o revisar una extensa zona de tiendas y merchandising (eso prometían las fotos promocionales), nos caímos velozmente del guindo: efectivamente se trataba de un campo de fútbol con un cincho y linternas, pero habitable sólo estaba el angosto pasadizo en el que se podía permanecer estrechados por vallas y muros, de forma que era como una ceñida ratonera de galerías sin posibilidad alguna de calma. Y de paso con la regla de que con una entrada de un día, si salías de ese manicomio no podías volver a entrar aunque tuvieras la consabida cintita en la muñeca, nos enclaustramos hasta la madrugada en el interior del psiquiátrico con los demás internos.
Resistimos el salitre porque sabíamos que no habría vuelta atrás para nuestros cerebros, pero peor sería que las turbas nos identificasen como ajenos. Así que decidimos mezclarnos, y lo primero fue clasificar la fauna: pudimos distinguir tres tipos de elementos, los pijos, los kinkys y los acabaos. Nosotros sin duda cuadrábamos mucho más en el grupo social de los acabaos, así que Lavrenti decidió sacrificarse y completar nuestra identificación mediante la compra de una bufanda que nos mimetizara con el entorno.
Camaleonizados y profundamente deprimidos por el guarro plástico azul que en los estrechos túneles cubría la hierba artificial del campo de furgol, anduvimos poco incitados a sentarnos mientras Raimundo Amador y la nosequé-band hacían algo que tampoco teníamos demasiado interés en oir, aunque nos tranquilizásemos contándonos a nosotros mismos que todo estaba bien, que sabían hacer música y que otras cosas serían peores.
Tras Raimundo comprobamos que, efectivamente, podía ser peor. Mucho peor. Tras ignorar a duras penas a Siniestro Total, llegó el metal apestoso de Estirpe, haciendo su peculiar imitación a (de) dos bandas, mezclando una ración de Systemcochinillo Very Down con otra de Rage Against the Music. Alguien cerca nuestro vociferaba algo como que "vuélvete a tu jungla a subirte a las palmeras y no a las torres de sonido". El cantante de Estirpe pedía emocionado "que se hagan más festivales como este", mientras que el resto cruzaba los dedos. Y es que oigan, no hay que ser malvados con la gente, pero Estirpe es quizá el peor grupo y especialmente el peor directo que he oído en mucho mucho tiempo. Pero con maña empresarial se consiguen las cosas, como salir en la radio. ¡Gracias discográficas por cada ocasión en la que destruís la música con ideas como esta! ¡Viva la música cuchufleta! ¡Viva el Nelson!
En fin, que tras esta debacle llegaron los Chicos del Water, y por donde vinieron se fueron. Mucho más interesante fue mientras tanto la sangre en la tita de lavrenti, aunque sólo pudiéramos disfrutarla en palabras. Descubrimos también que a pesar de los efectos del salitre, el gusto musical de la gente no era tan baldío y estéril; en comparación con Savia que tocó después, con Estirpe hubo apenas cuatro gatos mal contados jaleando a esta calamidad musical. Y es que vaya, al menos Savia, aunque hayan pasado ya muchos años desde que Söber era una cosa que molaba, sonaba como un grupo en un escenario, y no como un cincho alinternado.
Poco iba a durar la calma, pues pronto aterrizarían en su Delorean los Hombres G, que entraron en dura liza con los yayos del autocar que nos llevó a la zona. ¿Quién estaba más pasao?. ¡Es un misterio, Carmen, es un misterio!. El único asomo que nos hizo albergar esperanzas, fue la alteración que hicieron al "te quiero" tras 30 años tocándolo, en un final que por un momento parecía doom metal. "Hombres ¡Gé! Te quiero ¡Gé!". También estuvo bien cuando tocaron la de "a todo cerdo le llega su San Martín", o quizá nos lo cantó la sintonía de un teléfono móvil, o el eco de las cuevas de Guadalest, ya no lo recuerdo bien.
Con los Celtas Cortos, bueno, al menos es una formación respetable (a estas alturas los lectores os habréis dado cuenta del espantoso lugar en el que nos habíamos metido, peor que el peor cementerio que haya salido en un programa de Íker Jimenez). A su favor hay que decir que el "salud y anarquía" tras una canción sobre la inmigración y algunos gestos majos les salvan, que tienen su presencia sobre el escenario, y eso es verdad independientemente de cómo sea su música y sobre todo sus rimas. No en serio, un respeto a Celtas Cortos. No se ahogan en su música como los Hombres G. Y hasta cuando amagaron con el ska, buf, sólo amagaron, menos mal, gracias Celtas Cortos. No como otros que me se yo que se pone la gente a dar saltitos y no se les caen
El caso es que después de los Celtas Cortos fuimos conscientes de la profundidad a la que podían llegar según que cosas. Y es que acabado su concierto, el grupo empezó a bailar desenfrenadamente el bakalaero Himno de La Nucía, una especie de Himno del PP enzarpado con linternas de colores que seguro tendría a más de un aldeano epiléptico para varios días. Esto anunciaba el clímax de la noche, y sirvió para que los Celtas dieran paso a artistas más jóvenes: en el escenario, apareció Loquillo.
Y Loquillo sin Trogloditas pasó de querer ser feliz con un camión a un aspecto que nos hizo observar boquiabiertos y celosos: "jo, este hombre sí que está acabao y no nosotros". Sé que pueden herir estas palabras y que aún hay muzikeros, incluso entre los redactores, que se pondrían de su lado,... Pero no se trata de burla, tal como no acaba de cuadrar el humor al hablar en estos términos de Loquillo. Realmente, las sensaciones se acercan más a la pena; encontrando vejez y una lenta descomposición, a un Loquillo encogido, contrahecho y jiboso, que tiene aspecto de vivir como una enana blanca, interpretando bises interminables en algún casino de Las Vegas.
Una nueva sesión del himno de La Nucía (que dicen las malas lenguas que se parece demasiado sospechosamente al de Guadalest), y por fin, pasadas las tres y media de la madrugada, llegaron In Extremo. Y quizá debería dejar a sus verdaderas entusiastas escribir estas líneas, pero es suficiente la sintonía como para auparme a hacer el halago que merece. Y es que la sensación era como si por primera vez en todo aquel día de armonías fracturadas, cascajos descompuestos y ronquidos enlatados, hubiera actuado al fin un grupo de verdad. Solidez en la formación, un directo potente -y más la voz de Das letzte Einhorn- y gadgets espectaculares en forma de fuegos artificiales y llamaradas que muy literalmente nos dieron la vida en aquella fría noche alicantina. Repartidos los temas, algunas apariciones de su último trabajo, "In Diesem Licht" y "Frei Zu Sein". Un brillante espectáculo que milagrosamente luchó hasta conseguir emanciparse del desconcierto que como un vórtice había absorbido a todos, hombres mujeres y salitre, a bordo de ese OVNI luminoide de hierba pastificada, patatas y pijinkismo, que aterrizó durante el fin de semana en la Comunidad Valenciana.
En Muzike quizá a veces nuestras críticas parezcan duras, pero con el tiempo hemos aprendido que no vale de nada juzgar si no somos constructivos. Si bien el festival era como bien dijo Lavrenti igual que las fiestas de un barrio de ciudad, o de Pozuelo o algo así, pero con cuatro escenarios y pagando entrada, creemos que todavía podemos salvar algo y nos alzaremos como paladines del Mediatic Festival si es necesario. Así que más allá de proponer que el año que viene se haga en Carabanchel usando el polideportivo para acampar y que pongan unos coches de choque, sugerimos el fichaje de los siguientes grupos, que echamos en falta:
* Los Inhumanos.
* Dinamita pa los pollos.
* No me pises que llevo chanclas.
* Las Ketchup (Apuesto ante todo por estas. Desde la debacle de Eurovisión están tan acabadas que seguro que si las contratas con Loquillo te hacen descuento en el establo de Las Vegas en el que cantan a cambio de lentejas y una cama de paja mientras intentan pagar los pasaportes falsos a los mafiosos que les apañaron la huída de España)
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